Queridos amigos:

Os doy la bienvenida a vosotros, los miembros de la Fraternidad Política Chemin Neuf, y a través de vosotros saludo cordialmente a los jóvenes de varios países que, como vosotros, se benefician de la competencia y el acompañamiento de la Comunidad Chemin Neuf. Os agradezco que hayáis hecho este viaje a Roma, a pesar de las limitaciones de la pandemia.

Con vosotros, doy gracias al Señor por la obra de su Espíritu, que se manifiesta en vuestro camino humano y espiritual al servicio del bien común y de los pobres especialmente, camino que realizáis rechazando la miseria y trabajando por un mundo más justo y fraterno. En efecto, en la marcha desenfrenada por tener, por la carrera, por los honores o por el poder, los débiles y los pequeños son a menudo ignorados y rechazados, o considerados inútiles, todavía más y esto no está ahí [en el texto] son considerados como material de descarte. Por eso espero que vuestro compromiso y entusiasmo en el servicio a los demás, plasmado en la fuerza del Evangelio de Cristo, devuelva el gusto por la vida y la esperanza en el futuro a muchas personas, especialmente a muchos jóvenes.

«La vocación laical es ante todo la caridad en la familia, la caridad social y la caridad política: es un compromiso concreto desde la fe para la construcción de una sociedad nueva, es vivir en medio del mundo y de la sociedad para evangelizar sus diversas instancias, para hacer crecer la paz, la convivencia, la justicia, los derechos humanos, la misericordia, y así extender el Reino de Dios en el mundo» (Exhortación apostólica postsinodal Christus vivit, 168). Precisamente esta es la dinámica en la que camináis, con una apertura ecuménica y un corazón dispuesto a acoger diferentes culturas y tradiciones, para transformar el rostro de nuestra sociedad.

Queridos amigos, os animo a no tener miedo de recorrer los caminos de la fraternidad y de construir puentes entre las personas, entre los pueblos, en un mundo en el que se siguen construyendo tantos muros por miedo a los demás. A través de vuestras iniciativas, vuestros proyectos y vuestras actividades, hacéis visible una Iglesia pobre con y para los pobres, una Iglesia en salida que está cerca de las personas en situación de sufrimiento, precariedad, marginación y exclusión. En efecto, «de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad» (Evangelii gaudium, 186).

Con los jóvenes de vuestras sociedades, hoy más que nunca, os enfrentáis a retos en los que está en juego la salud de nuestra casa común. Se trata realmente de una conversión ecológica que reconoce la dignidad eminente de cada persona, su propio valor, su creatividad y su capacidad para buscar y promover el bien común. Lo que estamos viviendo actualmente con la pandemia, nos enseña concretamente que todos estamos en el mismo barco y que sólo podremos superar las dificultades si aceptamos trabajar juntos. Y vosotros estáis pasando unos días aquí en Roma precisamente para reflexionar sobre un aspecto particular de la vida en nuestra casa común: el de la presencia de los inmigrantes y su acogida en la Europa de hoy. De hecho, como bien sabéis, «cuando hablamos de migrantes y desplazados, nos limitamos con demasiada frecuencia a números. ¡Pero no son números, sino personas! Si las encontramos, podremos conocerlas. Y si conocemos sus historias, lograremos comprender» (Mensaje para el 106º Día Mundial del Migrante y del Refugiado, 15 de mayo de 2020).

Queridos amigos, os invito a permanecer firmes en vuestras convicciones y en vuestra fe. No olvidéis nunca que Cristo está vivo y que os llama a caminar con valor tras Él. Con Él, sed esa llama que reaviva la esperanza en el corazón de tantos jóvenes desanimados, tristes y sin perspectivas. Ojalá generéis lazos de amistad, de compartición fraterna, para un mundo mejor. El Señor cuenta con vuestra audacia, vuestro valor y vuestro entusiasmo.

Os encomiendo a cada uno de vosotros y a vuestras familias, así como a los miembros de vuestra Fraternidad y a todos los jóvenes que encontréis, a la intercesión de la Virgen María y a la protección de San Ignacio. Os bendigo de corazón. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Y que el Señor bendiga a todos vosotros. A cada uno de vosotros. Amén.

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